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Esta es la siguiente historia de la miniserie  acerca de la India, no vamos a contradecir ni a entrar en debates, tengan muy super en cuenta que cada experiencia es diferente, nosotros como blog no recomendamos couchsurfing como hospedaje allí, y pensamos que India si es inseguro para las mujeres, pero Manuela, la autora de este post, cree lo contrario basado en su experiencia personal.

Ahora si disfruten la historia que Manuela la narra super!

INDIA, EN LAS TIERRAS DE OSHO Y EL YETI – parte 1/2

India es una contradicción en sí misma; uno de los lugares más caóticos del mundo a donde paradójicamente llegan miles de personas de todas partes del globo a buscar la paz y la tranquilidad que necesitan para encontrarse. Esta es la historia de mi propio viaje de 14 meses en el segundo país más poblado del mundo. 

 

LLEGAR A INDIA

La hilera de manos colgantes en el hall de Inmigración del Aeropuerto Indira Gandhi fue la primera señal de la calidez que encontraría en este país que sería mi hogar por los próximos 8 meses… Que a la final se convirtieron en 14.

Y ahí estaba yo, cansada después de 36 horas de viaje, combatiendo una bronquitis asesina como souvenir de la Feria de Manizales y el Carnaval del Diablo, pensando en dónde cambiar los dólares que llevaba o si iba a encontrar a alguien a la salida del aeropuerto después de las dos horas de retraso de mi vuelo desde Frankfurt.

¡Y ahí estaban ellos! Tres desconocidos sosteniendo un papel con mi nombre, en plena madrugada, esperando afuera porque no te dejan entrar al edificio sin un tiquete de avión. Las puertas de vidrio se abrieron y los 5 grados de temperatura me dieron en la cara, exactamente como había pasado dos años antes en Nueva York. ¡Déjà vú! Ahí supe que todo iba a estar bien.

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Las ganas de visitar este país de locos a 15280 kilómetros de mi ciudad pequeñita, cómoda y de clima templado empezaron a nacer con una Bollywood-adicción que desarrollé desde el colegio, y se volvieron más reales en Pittsburgh, donde conocí un montón de indios superdotados y desordenados de la universidad Carnegie Mellon que se convirtieron en mis primeros amigos en Estados Unidos, y a una mujer increíble con el restaurante de comida India más delicioso del mundo, que me enseñó a tolerar el picante y a disfrutar una comida sin carne, y que –paradójicamente- fue una de las más sorprendidas cuando le escribí contándole que me iba a trabajar a su país natal: “Manu, you’re damn crazy!.. Good luck girl.”

Resumiendo: después de mi experiencia de Au Pair volví a Colombia en el 2012 a terminar las materias de la U, y aunque estaba feliz de volver a ver a mi familia y mis amigos, comer chicharrón y tomar aguardiente, el famoso “reverse cultural shock” me dio durísimo y las ganas de seguir viajando eran más fuertes que las de quedarme. Entonces un día cualquiera y por casualidad, conocí a unos chicos de una organización internacional que promueve el liderazgo e intercambio cultural entre estudiantes de todo el mundo, y cuatro meses después estaba en Chandigarh, una ciudad en la región del Punjab, al norte de la India.

Pronóstico cuando anuncié mi viaje: LOCA DE REMATE.

Estaba loca por querer irme a un país con fama de pobre y caótico al otro lado del mundo. Estaba más loca aún por querer hacerlo en medio de la polémica desatada por las violaciones a indias . Y estaba totalmente fuera de mis cabales cuando me preguntaban a dónde iba a llegar y les contestaba que **“a Delhi, a la casa de un tipo soltero que conocí por internet un mes antes y muy amablemente me va a hospedar”

Interlocutor: (abriendo los ojos a lo Gato Félix y con un poco de malicia) ¿Cómo así? ¡¿Y a cambio de qué?!”

Manuela: (cara de ´cielos… ¡otra vez la misma pregunta..!’) ¡Pues de nada raro! De que le hable de mi país, le haga un tinto con café colombiano, le enseñe a bailar salsa y si quiero, le deje una buena referencia en su página de CouchSurfing.

Interlocutor: (con taquicardia) ¡¿Y tus papás qué dicen de esta locura?!

Manuela: (cara de triunfo) ¡Que qué delicia! Que cuente con ellos y su patrocinio. 😀

 

ACOSTUMBRARSE A INDIA

Recuerdo esos primeros días en Delhi como se recuerda un sueño; la cantidad de olores, sabores, caras nuevas y acentos mezclados con imágenes de dioses, pitos de carros, flores, pitos de motos, tiendas costosas, pitos de tuk tuks, grandes avisos en un idioma incomprensible, pitos de carros lujosos y vacas: vacas gordas, vacas con collares de flores, vacas callejeras en los huesos… ¡Ah! Y también mujeres hermosas de todas las clases sociales envueltas en unos saris preciosos que usan igual para bodas que para trabajos en construcción (¡Sí! Las chicas también palean, levantan y edifican). La primera impresión de India es un bombardeo sensorial sin pies ni cabeza que marea y encanta en partes iguales.

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En Delhi me encontré con Layla, la brasilera que trabajaría y viviría conmigo y con quien iba a vivir los momentos más intensos y graciosos de mis primeros meses en India, comenzando por el del día en que viajábamos a Chandigarh por primera vez; íbamos en un taxi a las 6 de la mañana y las calles estaban inusualmente vacías, había varios retenes militares y escuchamos música saliendo de unos parlantes gigantes: (traducción del diálogo con el taxista) “¡Ahhh, qué bonito!… Señor, eso es de una película de Bollywood?”… “No, señorita, ese es el Himno Nacional”. Era el 26 de enero, Día de la República. ¡Así empezó nuestra larga lista de anécdotas y metidas de pata!

Ese día viajamos como princesas, en primera clase del tren, admirando el paisaje, haciendo amigos que todavía conservamos y tomando chai, un delicioso té negro con mucha leche y azúcar que los indios toman todo el día y se encuentra literalmente en cualquier esquina y carretera recóndita del país, como quien dice el equivalente al “tintico” para nosotros. A las 4 horas llegamos a esa ciudad diseñada por el arquitecto francés Le Corbusier después de la independencia de India en 1947, mucho más limpia y organizada que la caótica Delhi, y nos dirigimos a la casa de la agencia, donde viviríamos los primeros días hasta encontrar otro sitio.

12212579_10153636286631970_724073948_nNuestro hogar provisional era un edificio viejo de tres pisos, con tres baños para todos sus inquilinos, medio caído y con todos los cuartos llenos… ¡Aquí debo ser totalmente sincera y admitir que nuestra primera reacción fue salir corriendo! Después de un rato de hablar con los 16 habitantes de la casa, provenientes de todos los rincones del mundo, se nos pasó el show de mimos y decidimos quedarnos una semana.

“Dormimos” en la sala y tuvimos experiencias cercanas a la muerte gracias a los sistemas de calefacción prehistóricos; un armatoste que olía terrible y había que conectar un rato, pero no más de dos horas porque nos podíamos intoxicar o quemar la casa (según nos contaron al día siguiente y después de haberlo dejado encendido 6 horas) y una vaina parecida a una plancha de pelo, conectada a la luz y sostenida precariamente sobre un palo de madera, que se ponía sobre un balde plástico para calentar el agua del baño. El pánico a morir electrocutada después de un pringonazo por inexperta, hizo que prefiriera bañarme con el agua HELADA, a las 6 de la mañana y a 3 grados centígrados. ¡Me sentía invencible, carajo! (*Nótese el tono de exageración de este párrafo, pues en realidad no fue tan malo y ahora tengo estas historias para contar en fiestas, reuniones y blogs :D)

El resto de la semana fue maravilloso: paseos a mercaditos con los demás interns y chicos locales del comité de la agencia, invitaciones especiales a bares y discotecas, noche internacional de fogata y bailada de karrapicho y macarena, comida deliciosa y dolorosamente picante para nuestros cobardes paladares, y lecciones básicas de supervivencia en India: frases simples en Hindi para usar con personas que no hablaban inglés y regateo 2.0 para no terminar pagando 5 veces el precio de todo, desde comida hasta ropa, pasando por los precios del tuk-tuk.

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**Aclaración pseudo-publicitaria antes de seguir con la historia: a pesar de los problemas iniciales, tengo que reconocer que la agencia ha sido una de las mejores experiencias de mi vida y se lo recomiendo a cualquier persona que esté buscando un giro en su vida y la perspectiva que se adquiere al vivir y trabajar en medio de otra cultura. Estos intercambios (que pueden ser voluntariados o prácticas remuneradas) se ofrecen a estudiantes de los últimos semestres de universidad o egresados con menos de dos años de haberse graduado, hay que aclarar que no hay oportunidades para todas las carreras y hay países a los que es mucho más difícil aplicar-especialmente en Europa y Norteamérica- pero nada se pierde con entrar a la página y buscar el comité más cercano para enterarse un poco más del asunto. ¡Ahí les dejo la tarea!

SER MUJER EN INDIA… ¡Y SER MUJER EXTRANJERA EN INDIA!

Los días en la “casa-hostal” fueron maravillosos, pero ya habíamos empezado a trabajar y teníamos que dormir, comer y bañarnos bien, así que Layla (brasilera), Alison (colombiana), Lana (croata) y yo empezamos la búsqueda de apartamento. La cosa no fue tan fácil pero tampoco imposible, y contábamos con la ayuda de nuestros jefes y amigos indios para negociar los arriendos y condiciones con los “landlords” y darles la seguridad de que responderían por todo si una noche nos volábamos sin dejar rastro. Mejor dicho, que las cosas fueran justas y seguras para todos.

En esa búsqueda tuvimos los primeros choques culturales; hubo quienes no querían arrendar a 4 extranjeras “solas”, otros que exigían que llegáramos todos los días antes de las 10 de la noche (¡¡¡¿¿¿WTF???!!!) y/o que prohibían las visitas de hombres con el motivo de “protegernos” (AKA: “controlarnos”). Como mujeres occidentales, acostumbradas a tomar decisiones propias, viajar y vivir solas, estas razones nos parecían inaceptables y tuvimos que tener mucha paciencia para entender que las cosas eran distintas y teníamos que buscar un punto medio.

Finalmente encontramos un apartamento de dos habitaciones en un edificio de tres casas que pertenecía a una pareja Sikh; una religión asiática basada en los principios del Guru Nanak, muy popular en el Punjab y con unas reglas muy peculiares, entre ellas no cortarse el pelo, por eso los hombres tienen unas barbas larguísimas y usan turbantes. Nuestros landlords eran una pareja de viejitos amables y risueños que no perdían oportunidad para invitarnos a chai y llenarnos de Gulab Jamun, Laddu, Halwa y Burfi, los dulces indios más tradicionales, que son una DE-LI-CIA.

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“Uncle” y “Aunty”, como se les llama respetuosamente a los adultos mayores, vivían en el primer piso del edificio aunque viajaban mucho a Estados Unidos a visitar a su hijo mayor (¡Súperconveniente!). A pesar de su precario inglés pudimos comunicarnos bien y tener conversaciones muy interesantes; a ellos les costaba entender que nuestros papás nos hubieran dejado ir a vivir al otro del mundo, y que a nosotras (entre los 22 y los 25) ni se nos cruzara la idea de casarnos y tener hijos. Ese tipo de comentarios me parecían tiernos viniendo de ellos, tan viejitos y tradicionales, pero un par de meses después, cuando decidí irme para Delhi detrás de un novio indio (*ampliación más adelante*) que había encontrado trabajo en Nueva Delhi, recibí un comentario malintencionado del esposo de mi primera jefa, un hombre “moderno” en sus 30: “¿Y cuál es el sentido de irse a vivir con su novio si no la va a mantener?”.  ¡OUCH!

¡Podría escribir un libro contando las historias de los personajes que conocí en India!.. Pero para hacer una radiografía rápida de ese país lleno de contradicciones, me voy a limitar a hacer la comparación de las jefas directas que tuve en mis dos trabajos: la primera, se convirtió en mi amiga, al punto de confiarme intimidades que me mostraron los problemas de esa India tradicional; casada a los 26 años en un matrimonio arreglado (con el que inicialmente estuvo de acuerdo), se fue a vivir a la casa de sus suegros (como es costumbre en muchas familias), y someter todas sus decisiones a la opinión de todos los miembros de la familia de su marido, luchando porque la dejaran comprar un carro y seguir trabajando, con la condición de dejar hechos el almuerzo, el oficio y al hijo de 2 años antes de irse a trabajar.

La segunda jefa, copropietaria de una agencia de publicidad en uno de los sectores más “chic” de Nueva Delhi, era una loca tatuada, educada en Amsterdam y Londres, que a sus treinta-y-pedazo no se había casado, vivía on and off con un novio, andaba en jeep y moto y le gustaban las fiestas locas. También era india y, para mi enorme sorpresa, hija de un militar.

En general diría que India no es un país inseguro para las mujeres si se tienen las precauciones mínimas de seguridad, se investiga un poco, se hacen contactos y se es culturalmente sensible. Las páginas como CouchSurfing son una opción excelente para encontrar hosts locales, participar en foros, o simplemente pedir consejos a locales y viajeros. **Les recuerdo por vez enemil que antes de contactar a estas personas hay que leer muy bien sus perfiles y las referencias de otros couchsurfers.**

Realmente yo no tuve muchas experiencias desagradables, ¡aunque las tuve!, pero fueron situaciones que igual viví en Colombia y en Estados Unidos. Hay sitios en los que se puede usar shorts y minifaldas, especialmente hacia el sur del país, donde el clima y la presencia de extranjeros lo han hecho normal, y en las discotecas de ciudades medianas y grandes. Las blusas pegadas, escotadas o sin mangas no son “peligrosas”, pero pueden llamar mucho la atención de hombres y mujeres y esas miradas fijas se vuelven incómodas. Lo mejor es cargar siempre una pashmina ligera para cubrirse y que además es indispensable a la hora de visitar templos.

ENAMORARSE EN INDIA (*ya casi llegamos a ese punto de la historia*)

Los indios son especialmente románticos, y muchos de ellos demasiado inocentes y más comprometidos que los occidentales. Al hablar de amor, sexo y relaciones el tema es complicado y difícil de generalizar, porque una vez más juega el papel de la educación, la experiencia cultural y las tendencias familiares; hay quienes son extremadamente conservadores y otros increíblemente liberales y abiertos. Sin embargo, me atrevería a decir que la India tradicional todavía pesa mucho más que la moderna.

Los matrimonios pueden ser “por amor”, o “arreglados”, y aunque esto pueda sonar como una idea terrible e impuesta, conocí mucha gente joven que confiaba ciegamente en la opinión de su familia y astrólogo de confianza para conseguirles “la pareja ideal” y predecir las mejores fechas para llevar a cabo las funciones del matrimonio. Para ser bien franca, el tema de la religión y la posición social de unos y otros también tenía su peso en la decisión. Eso sí, arreglados o desarreglados, los matrimonios indios son una parranda de días y días en los que tiran la casa por la ventana: comida, música, colores, bailes, ceremonias, trajes sacados de cuentos de hadas y ceremonias preciosas. ¡¡IMPERDIBLES!!

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Después del matrimonio, es normal que las esposas se vayan a vivir a las casas de los padres de sus esposos, adoptando las costumbres y los estilos de vida de su familia política, muchas son bien recibidas, otras dejan su vida profesional para dedicarse a mantener la casa y tener hijos, y a la final esto casi siempre supone una limitación en su libertad para tomar cualquier tipo de decisión. ¡En fin! El debate es grande y es difícil reducirlo a un artículo. Repito que como el segundo país más poblado del mundo, que posiblemente ocupará el primer lugar en el 2025, acá hay de todo: gente tradicional, gente moderna y gente con más mente abierta que en Colombia, en Estados Unidos o en Londres.

Aquí voy a hablar desde mi experiencia, y un poco desde el recuerdo borroso de una relación que es agua pasada… Mi historia en India incluyó romance, con escenas idílicas al estilo Bollywoodense en las montañas del Himalaya, el desierto Thar y los Backwaters de Kerala, y como el personaje era nativo, y además con ascendencia Pakistaní, marcó mi percepción de la cultura y tuvo todo que ver con la decisión de quedarme más meses… y también la de irme definitivamente. ¡Ojo! Aquí no hay historias de terror y tengo que aclarar que mi huida cobarde se basó enteramente a una patología femenina mundial en boga: el miedo al compromiso.

Continuando con la historia, este era un indio modernísimo, que había viajado y estudiado en otros países, y respetaba a todas las mujeres como a su propia mamá, pero a pesar de esto la presión cultural externa nos afectó y hay un par de anécdotas que cabe resaltar:

  •     Microhistoria #1: Un día de marzo, volvíamos el susodicho y yo con un grupo de amigos de un viaje a Rajasthan; como ya no teníamos un peso, la última parte del trayecto la hicimos en “local bus” (hagan de cuenta un cebollero), con otras 100 almas y sus talegos, gallinas y prejuicios. El cuento es que estábamos abrazados como cualquier par de novios, y un par de tipos nos estaban mirando rayado (¡RAYADÍSIMO!) y tomándonos fotos con el celular. Yo me las di de guapa y los enfrenté pidiéndoles que nos dejaran tranquilos, y cuando se bajaron en una villa remota uno aprovechó que yo tenía la ventana abierta para pegarme en el brazo y decirme algo en su dialecto muy cercano a “muérete perra”. El bus siguió y la idea de bajarnos en la mitad de la nada, a defender mi honor ante dos tipos machistas no era muy sabia, así que me tocó llorar y patalear en español para no ofender a nadie más y evitar más problemas.

 

  •  Microhistoria #2: Meses después y ya resuelta la tarea titánica de conseguir un apartamento decente en Gurgaon donde no nos exigieran estar casados, tuvimos un par de peleas con unos vecinos viejitos y chismosos que se dieron cuenta de nuestra “situación inmoral” y amenazaban infructuosamente con llamar a la policía si seguíamos saliendo cogidos de la mano. La verdad es que los vecinos y los micos (wait for it!) me hicieron la vida un poco infeliz.

 

  •  Microhistoria #3: Muchos más meses después, en una noche helada de octubre, volvíamos al “hogar” en un taxi después de un concierto de Manu Chao y nos paró un retén de rutina. No estábamos haciendo nada malo, no teníamos ninguna sustancia ilegal, pero la policía en india es tan VERRACAMENTE CORRUPTA, que estábamos muertos de susto… El resumen de una conversación muy larga en hindi que no entendí (¡maldita impotencia!) y en la que este “hombre de ley” (¡con tufo!) lanzó amenazas sutiles, fue un soborno de 200 rupias para que nos dejara seguir sin problemas y sin arriesgarnos a ser víctimas de una detención injusta.

 

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Palabras más, palabras menos, ya llevaba 10 meses viviendo allí y la pesar de la gente linda, un trabajo “cool”, la posibilidad de viajar un montón, los amigos y la comida, esa sensación de impotencia y libertad coartada era más fuerte y la paciencia se me estaba agotando… Así pues la historia de amor Bollywoodense no tuvo un final muy romántico y 5 meses después yo estaría de vuelta en Colombia.

La segunda parte la publicaremos pronto dónde Manuela nos cuenta más experiencias

BIOGRAFÍA

12212447_10153636287171970_1222898765_nComunicadora Social & Periodista según el cartón de la universidad, y “fábrica inagotable de carreta” (con cariño) según la mamá. Pero la realidad me ha definido y redefinido como PR, Content Writer, Community Manager, Au pair, hostess, bartender, traductora y hasta vendedora de Oriflame en tiempos remotos.

 

Después de haber vivido otras vidas en Colombia, India y Estados Unidos, hoy escribo desde Madrid, entre cañas, tapas y las clases de un Máster en Economía Creativa. También cuento cuentos en Maptia mientras trabajo en el intento de blog número 5.