Luego de trabajar incansablemente por 4 años, soportando presiones laborales y un nivel de responsabilidad que hoy percibo como exagerado (considerando la etapa en la que estaba) entendí que estaba viviendo en “piloto automático” y que no quería seguir haciéndolo. No tenía sentido tanto sacrificio, no sacar tiempo para vivir, para salir y tomar otra perspectiva de la vida y para desarrollarme a nivel personal. Era consiente de la naturaleza de nuestras obligaciones y sin ánimos de escapar de ellas, tomé la decisión de tomarme un break. Tomé la decisión de permitirme a mi misma salirme de los parámetros establecidos y regalarme la oportunidad de vivir una aventura inolvidable. Decidí salir a darle la vuelta al mundo sola, sin fecha de regreso.
La gente toma breaks de hasta dos años para irse a hacer su master y desarrollar sus capacidades intelectuales, y yo me preguntaba ¿porque está mal visto tomarse un tiempo para ver el mundo desde otra perspectiva y aprender sobre nosotros mismos?.
Siempre soñé con emprender esta travesía. Desde que tengo memoria siempre he tenido una inmensa pasión por los viajes, el mar, los deportes y las actividades al aire libre. Sin embargo jamás me permití a mi misma nisiquiera considerar tomar semejante riesgo (o así lo percibía).
Mis miedos me decían que sería irresponsable, que financieramente no sería una estrategia inteligente. Tenía un trabajo estrella, me tildarían de desadaptada, y debo confesar que visualizarme a mi misma sola por el mundo me generaba mucha ansiedad. A mi, como a la mayoría de nosotros, me aterraba estar sola, me aterraba enfrentarme a mi misma, sentirme vulnerable.
Siempre he sido fiel creyente de que en nosotros está la decisión de cambiar todo aquello que no nos hace felices, siempre y cuando seamos realistas y tengamos los pies puestos en la tierra según nuestras propias percepciones, no las que están establecidas por la sociedad. La clave está en permitirse a uno mismo soñar, alimentar esa ilusión día a día, tener fe en que eso que queremos llegará eventualmente cuando sea el momento adecuado. Ese momento llega solo. La diferencia está en saber aprovechar la oportunidad cuando la tenemos alfrente. En ese momento me encontraba en una insaciable búsqueda de respuestas. Respuestas que no había podido resolver por estar tan conectada con el trabajo, el novio, la rutina y tan desconectada de mi misma. Entendí que era ahora o muy posiblemente nunca.
En mi caso la oportunidad llegó en mayo del 2015, cuando sin pensar mucho en las consecuencias para no arrepentirme por las limitaciones mentales que vendrían a tomar las riendas de mis decisiones (miedo), me adherí a una determinación. Tomé la decisión sin compartirla con absolutamente nadie hasta no materializarla. Compré un tiquete one way, mandé mi carta de renuncia y organicé algunos temas financieros para asegurarme de tener una estrategia prudente y poder estar tranquila. Sin pensarlo mucho le gané al miedo y ejecuté el primer paso para cumplir un sueño.
Todo desde ese momento sencillamente fluyó y se fue organizando de manera perfecta. Pasó un mes mientras dejé mis temas laborales listos, saqué las visas, compré los suplementos básicos, saqué un seguro médico internacional, reservé mi cupo en un templo budista en McLeod Ganj, India (el pueblito donde está exiliado el gobierno del Tibet y donde actualmente reside el Dalai Lama) y me dediqué a esperar el día mientras disfrutaba de mis hobbies y pasaba tiempo con mi familia y mis amigos, algo que no siempre hacía por estar inmersa en mis responsabilidades laborales.
El 04 de junio, con una mezcla de sentimientos y un millón de ilusiones que me acompañaban (y mucha adrenalina) despegué rumbo a Frankfurt con destino final Milano. Recorrí Italia por tierra de norte a sur y varias veces me encontré a mi misma con una sonrisa mientras comía con los ojos cerrados disfrutando cada mordisco. La felicidad que me produce la comida italiana es indiscriptible. Recorrí los viñedos de la toscana con mis dos mejores amigos de la vida y me dejé llevar por esa poderosa sensación del sol de la costa amalfitana en la cara mientras navegaba los mares de Capri. Presencié en vivo el discurso dominguero del papa Francisco en el Vaticano y luego de muchos gelattos, sauvignon blancs y momentos de felicidad absoluta arranqué para Turquía.

Fue ahí donde tuve la oportunidad de conocer el Budismo en un templo de influencia Tibetana. Fueron 10 días en silencio meditando, estudiando y observandome a mi misma y en donde un dia caminando por la calle desprevenida me pasó por el frente el Dalai Lama con la sonrisa más hermosa que haya presenciado en la vida. Vinieron lágrimas de emoción. En India viví la experiencia de la vida de ashram y el yoga, que aunque muy interesante un poco extremo para mi gusto. Leí mucho sobre Gandhi y admiré profundamente la forma en la que entregó su vida para luchar por la independencia de un país sin disparar una sola bala. Finalmente, y luego de entender el fin del ciclo de la vida para el hinduismo en el ganges y los ghats de Varanasi, India cerró con una visita a la fundación de la Madre Teresa en Calcuta, donde descubrí que nuestra historia está llena de personas buenas que han dedicado la vida al bienestar de los demás. Desde ese momento y a lo largo de toda la travesía me cuestioné lo poco que hacemos por ayudar a los demás.
Luego pasé a Myanmar, un pais espectacular que hasta hace poco estuvo excluído del mundo exterior y en donde el turismo no era bienvenido. Sentí ahí lo que realmente es el calor humano, donde restauré mi fe en el ser humano y en donde mi admiración por el Budismo se profundizó aún más a través de una infinidad de sonrisas desinteresadas y pagodas milenarias. Fue ahí donde experimenté las maravillas de una comida que aunque no muy diversa, muy interesante, influenciada por la cocina India, China y Tailandesa y en donde me transporté a un mundo de hace 100 años en un viaje en una máquina del tiempo.
De ahi pasé a Tailandia, donde reconfirmé que el sol, el deporte y el mar son mi fuente de alegría más grande. Recorrí en moto todos los rincones de las 3 islas del archipielago de Samui, recordandome el efecto positivo que tiene rodearse de gente que es feliz y ha elegido vivir su vida de una manera alegre y positiva. Me contagié de la energía más especial que he percibido en un ser vivo mientras abrazaba a un elefante que se robó mi corazón. Comí como si no hubiera un mañana y conocí personas que me cambiaron la vida para siempre. Descubrí realidades fuertes sobre el daño que hacen las personas cuando viven inmersas en el miedo y el egoísmo y más que nunca sentí la determinación de alejar los miedos de mi vida y cumplir mis sueños. Fue acá donde me enamoré, pero de la vida submarina y donde entendí porque una vez se es buso uno no quiere salir del agua jamás.
De ahí pasé a Hong Kong, donde cambié mi perspectiva y me convencí de que las ciudades grandes, congestionadas y desarrolladas si tienen su magia. Aunque no me llevé nada positivo de su gastronomía, quedé atónita frente a la belleza del famoso Tian Tan Buddha, un gran ejemplo de la armonía perfecta entre el hombre y la naturaleza y las personas y la fe.
Luego de pocos días en Filipinas y una semana llena de cielos azules en San Francisco volví a Bogotá. 6 meses después miro para atrás y automáticamente me sale una sonrisa infinita que viene directamente desde el corazón. Me siento la mujer más afortunada del universo y tengo un sentimiento de gratitud con la vida que jamás podré expresar. Se viven momentos felices y también momentos difíciles que nos enseñan aspectos de la vida que jamás se aprenderán en nuestra zona de confort y mucho menos alfrente de una pantalla del computador.
Ahora que estoy de vuelta, aunque el marranito está mas flaco, me siento más rica que nunca. Se me abrieron puertas mejores y mas grandes a nivel laboral y me siento llena de energía para perseguir mi proyecto de vida a nivel personal.
Viajen. Viajen solos. Los invito a que se atrevan a ver el mundo y a verse a ustedes mismos. No es tarea fácil pero les garantizo que es muy satisfactorio e influirá de manera positiva para el resto de sus vidas.

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