Damian nos hace señas desde el borde de la carretera y pide que lo acerquemos al siguiente pueblo, se sube en la camioneta y en diez minutos nos cuenta que dejó Francia tres meses atrás y se vino a mochiliar a Tasmania siguiendo el impulso de un amigo que la describió ‘imperdible’. Trabajó en un bar en Hobart, la capital, durante un mes y ahorró suficiente para agarrar la maleta y apuntar hacia cualquier dirección

En esta isla todas las carreteras conducen a paisajes insospechados. Con nosotros Damian se cruzó a los pies de la imponente Cradle Mountain, una formación rocosa impactante digna de ser el paisaje más reproducido de las postales tasmánicas.

Cuando le digo que volamos de Melbourne a Tasmania para devorarnos la isla en cuatro días subidos en un carro donde se escucha The Cure, seguido de Daft Punk, Andrés Calamaro y Los Tigres del Norte, el francés nos mira aterrado y pregunta qué sentido tiene encontrarse con lugares bellísimos si no le dedicas suficiente tiempo a su contemplación. Cómo no te quedas un día entero en una playa de Bay of Fires y luego te concentras en escalar una montaña, cómo no te detienes con calma a observar el comportamiento de las ovejas, los canguros o los walabies o esperar en un mismo lugar los atardeceres que en verano se extienden hasta por cuatro horas.

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Aunque también he formulado ese tipo de preguntas -sobre todo cuando aparece esa conversación común sobre el viaje a Europa, cinco países, tres semanas- Tasmania me entregó su respuesta: viajar, en todas sus formas, siempre será un ejercicio delicioso. Viajar rápido, viajar lento,  rituales distintos pero no opuestos.

Con Sara y Miguel, amigos de viaje, rentamos una camioneta en Lauceston en donde aterrizamos un día de verano con atardecer de nubes rosadas casi fluorecentes. Los cuatro días siguientes los cielos de Tasmania me confirmarían que en cada rincón del planeta el sol se esconde distinto. Mucho violeta, mucho lila, muchos tonos de azul y de gris en los cielos tasmánicos.

Llevaba dos meses viviendo en Australia y aunque amo manejar hasta ese momento no había agarrado un volante. Pero estar más cerca del Polo Sur que del resto del mundo, es un buen antídoto para perderle el miedo a conducir del lado izquierdo. El vacío en el estómago que se detona cuando crees que aceleras en la vía contraria se esfuma cuando el pavimento se vuelve un pasadizo de paisajes abrumadores que te impiden parpadear.


Ocurre algo especial con algunas montañas que te cruzas sobre la Tasman Hayway  en dirección a la Bay of Fires. Parece que los troncos grisáceos de los arboles capturaran distinto la luz del verano y el reflejo de los lagos haciendo que kilómetros de colinas se vean azulosas,  violetas. Cuando te empiezas acostumbrar a esa belleza Tasmania vuelve a sorprender. Entonces el azul del bosque se reemplaza por centenares de troncos secos que lucen moribundos pero están vivos y cinco minutos después el paisaje del río Tamar se convierte en hectáreas de viñedos que producen algunas de las mejores cepas del país. La carretera te invita a seguir acelerando, entonces ves helechos húmedos y más adelante troncos altísimos de donde se echan a volar manadas de pájaros.

La isla es una miscelánea de paisajes opuestos. Al este de Tasmania, la costa de la Bay of Fires, desde La bahía Ansons hasta la de Binalong, el mar se tiñe con cinco tonalidades de azul y la arena del mar puede ser gruesa y ocre, o blanca y fina como la sal. Lugares casi siempre adornados por formaciones rocosas manchadas de líquen. Zonas donde se puede acampar, pescar, observar pájaros, hacer surfing o caminar.

Siguiendo la Tasman Hayway hacia el sur puedes tardar cuatro horas en llegar al Parque Nacional Freycenet, casa de uno de los paisajes más impresionantes de la isla: la Wineglass Bay, considerada una de las playas más hermosas del mundo. Para llegar a su mar turquesa y arena blanca, se camina en promedio tres horas a través de una montaña de rocas lisas color tierra donde viven walabies, pozums, wombats y marsupiales como el demonio de Tasmania, especie insignia de la isla y ferozmente amenazada.

 

Taz, el demonio caricaturizado a principios de los 60 por el ilustrador Robert McKimson para los estudios de la Warner Brothers en Estados Unidos, es para muchos la única imagen mental sobre esta isla. El divertido personaje salvaje, que era incapaz de hablar y se comunicaba gruñendo y gritando enfurecidamente tuvo su época de mayor popularidad finales de los 80 y principios de los 90 cuando fue incluido en la serie Looney Tunes. Su éxito entre los niños hizo que entre 1991 y 1993 Taz fuera elegido para desarrollar su propia serie televisiva: Tazmania.

Esto explica que la primera pregunta que surge cuando mencionas que pisaste Tasmania es si lograste ver al demonio y si el dibujo se parece al real. Respondo que el cartoon difiere mucho del carnívoro marsupial, incluso físicamente. Que el original no es de pelaje marrón sino negro y que se mueve en cuatro patas y no en dos como el Taz que hace remolinos en la pantalla. Luego acepto, ante los ojos desconcertados de quien pregunta, que aunque me encontré decenas de ilustraciones del animal e incluso un espécimen disecado, no lo vi caminar.

Es difícil encontrarlos pues son animales rápidos y nocturnos, además en los últimos diez años han desarrollado un tipo de cáncer que caracteriza por la aparición de tumores en sus hocicos que les impiden alimentarse y que ha reducido su población a un 60%. Si la especie no encuentra la manera de combatirlo, los expertos aseguran que los demonios desaparecerán del planeta en menos de 50 años.

 

Existen distintos centros de investigación y conservación de demonios de Tasmania donde es posible verlos en cautiverio y conocer las medidas que se han tomado para su protección. Uno de los santuarios más reconocidos está ubicado cerca de la Cradle Montain, dentro del Parque Nacional Cradle Mountain-Lake.

Ese lugar, donde recogimos a Damian es un destino imperdible no solo para quienes practican senderismo en rutas exigentes sino también para principiantes. La recomendación para quienes viajamos en automóvil es comprar una entrada múltiple al Sistema de Parques Nacionales de Tasmania, de lo contrario tendrás que pagar cada vez que ingreses tu coche a un área protegida y se aumentarán los gastos. La isla está repleta de puntos turísticos muy bien ordenados bajo este sistema nacional de reservas naturales que mantiene en perfecto estado la infraestructura de acceso a los paisajes y le ofrece a los turistas exploradores suficiente información de interés sobre la diversidad natural y diferentes rutas de senderismo.

 

Nosotros elegimos caminar cerca de la Cradle Mountain, a 1.545 sobre el nivel del mar, bordeando durante dos horas el Dove Lake a los pies de la montaña. El Dove es también el punto de partida de la Overland Track, una de las caminatas largas más famosas del mundo que propone a los senderistas recorrer una ruta de 80 km de majestuosos paisajes que termina al sur del lago St. Clair, el más profundo de Australia.

Cada vez que regresamos al carro para seguir el camino Sara, Miguel o yo cruzábamos miradas cómplices de satisfacción o soltábamos alguna frase sobre la cantidad de  paisajes que en esta isla te hacen sentir un ser vivo diminuto. Recorrer la Tasmania eligiendo al azar en qué escena detenernos, guiados por una ruta extensa de carreteras deshabitadas, me confirma que cualquier camino es válido para viajar mientras se estimule la curiosidad. Marcamos Lauceston, Hobart, Queenstown y Burnie como puntos de descanso en el mapa, lo demás nos lo entregó la carretera

Angélica María Cuevas Guarnizo

@angelicamcuevas